jueves, 31 de diciembre de 2015

Luces y sombras del 2015


Si con la Navidad vuelven los buenos deseos, los villancicos, el turrón y el familiar pesado al que hace un año que no ves, con el fin de año lo hacen los propósitos que juramos este año cumpliremos y sabemos olvidaremos con la segunda copa, y los balances, ¡ay! los balances; sopesar lo bueno y lo malo del año e intentar que la balanza se incline unos centímetros o incluso milímetros más sobre el lado de las cosas buenas.

Este año lo difícil no es hacer balance, sino intentar que todas las luces puedan con esa sombra que en dos carreras consiguió tapar todo el Campeonato, y es que en 2015 cerramos la temporada con una sensación agridulce.

Estaba siendo uno de los mejores mundiales de la historia del motociclismo (de la mía el mejor seguro), una de esas obras que sabes difícilmente se va a repetir. Demostraba con hechos que podía con retransmisiones de pago, carreras en diferido, presentadores hiperactivos y con su continua lucha con a Formula 1. El Mundial estaba en su mejor momento y carreras como la de Phillip Island lo confirmaban. 

Desde hace un par de años el Mundial había dejado de ser aburrido, había conseguido salir de esa monotonía en la que se instaló MotoGP y de la que parecía difícil salir. Pero este año Rossi había conseguido devolver la ilusión a todos los aficionados. Cada domingo las carreras eran un regalo.

Resulta complicado no hablar de Valentino Rossi en esta temporada. De su ilusión al principio del Campeonato, intacta después de tantos años subido a una moto, mostrando la misma pasión que en sus inicios. De su miedo al final de temporada a perder el título, la décima corona que hubiera sido el broche a su carrera y le hizo casi enloquecer.


Si por muchos años que pasen no dejamos de asombrarnos al quedar maravillados por los pilotos recién estrenados, o al ver destellos en esos que pisan el trazado por primera vez, al seguir emocionándonos con los veteranos, con esos que conocen cada bache de cada circuito; creo que nunca nos acostumbraremos a que en una rueda de prensa comience una batalla campal sin sentido con declaraciones envenenadas, acusaciones infundadas y actos que no tienen justificación alguna (por mucho que algunos quieran dársela).

Estaba siendo bonito, en una época en la que ves a pilotos retirarse con 27 años en la plenitud de su carrera porque han perdido la ilusión o hablar de su carrera con un año vista, toparte con uno que cerca de los 40 parece que tiene 15, en lo que a emoción se refiere. Te hacía recobrar la esperanza. 

Y de pronto quien nos había dado toda esa esperanza nos la quitó de una patada –qué fácil la comparación pero qué acertada- dejándote sin palabras ni argumentos. 


Nadie diría que entre el Gran Premio de Qatar allá por finales de marzo y el de Valencia el 8 de noviembre hay tan solo 7 meses y unos días de diferencia. Cuesta creer que formen parte de la misma temporada y es que desde el circuito de Valencia resultaba difícil no ya ver la primera carrera del año, sino la de Australia unas semanas antes.

Parece que más que una temporada han pasado mil años entre el inicio y el final del Campeonato, pero un acto no puede borrar el magnífico inicio de temporada de Kent, a Oliveira o a Bastianini; no puede hacer que nos olvidemos de Zarco y sus celebraciones, o de Rins como rookie del año, o de la lucha de Rabat; no puede con la consistencia de Lorenzo, o las Ducati o el mejor Pedrosa, e incluso tres carreras no pueden borrar los buenos momentos de Rossi en las primeras carreras del año.

Porque no puede ser que un acto relegue al olvido la carrera de Phillip Island, esa que ha escrito no una página sino medio libro en la historia del motociclismo.

Porque las luces pueden a las sombras y dicen que pasado el tiempo adecuado somos capaces de borrar los malos recuerdos y quedarnos solo con los buenos.  

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