Tanta felicidad concentrada
durante un fin de semana solo podía llevar a varios días de resaca, y es en esa
fase nos encontramos.
Más que alguien camino de
cumplir los 36, parecía un recién llegado al campeonato, un chaval de apenas 16
años que disfruta con cada paso que da en el circuito. Así estuvo Valentino
Rossi durante el Gran Premio de San Marino, aunque en especial el domingo tras
la carrera. Estaba en su casa, era su fin de semana.
La ‘spurtleda 58’, una carrera
de karts, organizada por la Fundación Marco Simoncelli daba el pistoletazo de
salida al Gran Premio de San Mario. Valentino Rossi fue el anfitrión de este
acto en honor a Marco Simoncelli, su adorado Marco Simoncelli, su fiel
compañero, su amigo. Ya el miércoles se podía ver en su mirada, en su sonrisa
que iba a ser un Gran Premio especial.
Y tanto que lo fue. Era su fin de semana, corría en casa, en un circuito de los que llaman Yamaha y con toda su gente apoyándole. Con las gradas del circuito teñidas de amarillas, Rossi cruzó el primero la línea de meta haciendo enloquecer a todos los que llenaban el Misano World Circuit Marco Simoncelli, acarició su M1, besó su casco y se lanzó sobre su equipo. Hacía cinco años que los tifosi no veían ganar a su ídolo y dejaron claro que verle correr es bueno, pero verle ganar es el éxtasis.
Y tanto que lo fue. Era su fin de semana, corría en casa, en un circuito de los que llaman Yamaha y con toda su gente apoyándole. Con las gradas del circuito teñidas de amarillas, Rossi cruzó el primero la línea de meta haciendo enloquecer a todos los que llenaban el Misano World Circuit Marco Simoncelli, acarició su M1, besó su casco y se lanzó sobre su equipo. Hacía cinco años que los tifosi no veían ganar a su ídolo y dejaron claro que verle correr es bueno, pero verle ganar es el éxtasis.
Cinco años después saludo a los
suyos desde lo más alto del podio, besó el ‘58’ que luce el trofeo y disfrutó
del himno italiano tarareado por una marea amarilla que había invadido el
trazado italiano ya desde la vuelta de honor.
Siempre sonríe, pero el domingo
era uno de esos días que se sabía estaba disfrutando sobre la moto, tomando
cada curva y escuchando al público rugir cada vez que pasaba por delante. No se
le veía, pero no era difícil adivinar que estaba sonriendo bajo el casco y no
solo al cruzar la línea de meta, sino desde que se apagó el semáforo.
Su equipo, su escudero Uccio, su
novia, su hermano pequeño Lucca y toda la gente que le quiere no solo le
recibieron con aplausos en el parque cerrado sino que le acompañaron durante toda
la carrera; al menos lo hicieron las huellas de sus manos que el italiano quiso
decoraran el caso que ya es tradición tenga un diseño especial para el gran
premio de casa y en el que no se olvidó una vez más de él, de Super Sic, de su
58.
La marea amarilla se rendía ante
su Dios, todos lo hacíamos en realidad. Es leyenda viva del motociclismo, uno
de esos pilotos que disfrutas viendo correr y más aún cuando puedes sentir su
felicidad a kilómetros de distancia. Ahora que sus victorias no se repiten tan
frecuentemente hay algo especial en ellas, una emoción distinta a la de los
demás pilotos, una ilusión que nos reafirma lo grande que es.
No hay comentarios:
Publicar un comentario