lunes, 13 de octubre de 2014

Baño de champagne


Entre una nube de humo rojo se aparecía un samurái entregándole una katana al Campeón del Mundo. Eran las ocho de la mañana en España, todavía estaba amaneciendo y la mayoría del país dormía pero muchos ya habían anotado el 12 de octubre de 2014 como otro día histórico en el mundo del motociclismo.

Una hora antes comenzaba en el circuito de Motegi la primera opción de Marc Márquez de proclamarse Campeón del Mundo. Era el primero de los cuatro cartuchos que el piloto catalán tenía para llevarse el título, algo que nadie dudaba antes o después, en Japón, Australia, Malasia o Valencia iba a llegar. No era complicado, tan solo tenía que terminar la carrera por delante de Valentino Rossi y Dani Pedrosa. Era factible, llevaba toda la temporada haciéndolo, corría en casa de Honda y habían evitado el tifón que llevaba amenazando el Gran Premio toda la semana.

Así fue. Desde el momento que adelantó a Rossi solo se tuvo que preocupar de terminar la carrera. Que Lorenzo liderara la prueba daba igual, lo importante es que sus máximos rivales fueran detrás y así era. Cruzó segundo la línea de meta y se proclamó Campeón del Mundo. Bicampeón. El piloto más joven de la historia en conseguir dos títulos de la máxima categoría consecutivos. Volvía a romper los récords.

Y es que Márquez parece que se ha tomado muy en serio eso que los récords están para romperlos (versión recurrente del ‘las normas están para romperlas’ del motociclismo). Esta temporada los ha roto prácticamente todos, pocos le quedan por batir y esos es cuestión de tiempo que también los fulmine. Cuesta llevar la cuenta de todo lo que ha conseguido en esto dos años en la máxima categoría.

Sonrió más que de costumbre, saltó más salto sobre su equipo que en otras ocasiones y los abrazos a su familia, a su equipo y hasta a su moto fueron más largos. Lorenzo y Rossi le abrazaron en el parque cerrado, Bautista ya le había felicitado en pista y Aleix Espargaró vació la botella sobre su cabeza. La emoción no le dejaba hablar, no sabía que decir, de lo poco que dijo que pese a las sonrisas y risas había sido un título trabajado con mucha presión.

La verdad es que no necesitaba decir nada, su sonrisa hablaba por si sola. Ha sido una temporada casi perfecta, con fallos, si, quizás por exceso de confianza pero donde han primado las genialidades. En el podio dejó que le bañaran en champagne mientras levantaba los brazos. Después terminó la fiesta en un karaoke. 

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